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29/3/07

Va a ser verdad (I)

“El periodismo consiste
esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”.


Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.

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14/3/07

Gente de principios


Con muy buen criterio, escolar.net nos recuerda cómo obtener una radiografía precisa de las mentiras que algunos, sin duda gente de principios, tratan de ponernos delante de los ojos. Nos conviene a todos aplicar este sencillo test al comportamiento de los responsables de la transmisión de los principales mensajes de la actualidad. Más vale prevenir, especialmente en tiempos de agitación orquestada y de maniobras de diversión al estilo del calamar.

Los principios de la propaganda de Joseph Goebbels

1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan".

4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

5. Principio de la vulgarización. "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar".

6. Principio de orquestación. "La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas". De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad".

7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer mucha gente que piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad..

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Los guardianes


Los guardianes de lo políticamente correcto no descansan. Un día persiguen una imagen de Steve Klein para D&G y al día siguiente la toman con un anuncio de Armani Junior. Claro que, en este caso, y a la vista de la fotografía, es aún más fácil observar que la perversión anida en el ojo del que mira y no en el objeto de su atención.

De otro modo no se entiende cómo se puede considerar una incitación al turismo sexual la fotografía de dos niñas orientales. Si el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, que es quien ha puesto el grito en el cielo por el anuncio, ve tales cosas en este anuncio, qué no deducirá de la publicidad infantil de Benetton y de tantas marcas que incluyen modelos infantiles en sus anuncios en actitudes semejantes a las de los adultos.

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Lo evidente


Ahora que el papa antes conocido como Ratzinger apuesta por las misas en latín y renueva la persecución de los teólogos de la liberación, tal vez sea un buen momento para releer a Sam Harris. Su Manifiesto Ateísta se ha convertido en una pieza de referencia en un mundo entregado a la ficción irracional de la fe. "Por desgracia", afirma Harris, "vivimos en un mundo en el que, por principio, lo evidente se pasa por alto. Lo evidente debe ser observado, vuelto a observar y defendido".
(La fotografía, titulada Peregrino, es de Victoria N).

Esta es la traducción al castellano del Manifiesto, originalmente publicado inglés en www.truthdig.com en julio de 2005 y traducido por J. C. Álvarez. El texto está tomado de www.federacionatea.org.

Nota del Editor: En una época en que la religión fundamentalista ejerce una influencia sin precedentes en los niveles más elevados del gobierno de los Estados Unidos, y en que el terror de origen religioso domina el escenario mundial, Sam Harris argumenta que la tolerancia "progresista" hacia la irracionalidad basada en la fe es una amenaza tan grande como la religión misma. Harris, graduado en filosofía por la Universidad de Stanford, ha estudiado las religiones orientales y occidentales, y ha obtenido el premio Pen Award 2004 de no ficción por The End of Faith, una obra que examina y pulveriza implacablemente los absurdos de la religión organizada. Truthdig.com pidió a Harris que escribiera un documento para explicar su tesis de que la creencia en Dios, así como el intento de aplacar a los religiosos extremistas de todas las creencias por parte de los moderados, ha sido y sigue siendo la mayor amenaza para la paz mundial y un asalto continuado a la razón.

"En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto la violará, la torturará y la asesinará. Si una atrocidad de esta clase no ocurre precisamente en este momento, ocurrirá en unas horas, o a lo sumo en unos días. Tal es el grado de confianza que podemos extraer de las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. La misma estadística sugiere también que los padres de estas niñas creen en este mismo instante que un Dios omnipotente e infinitamente bondadoso cuida de ellos y de su familia. ¿Tienen alguna razón para creer esto? Es más, ¿está bien que lo crean?

La respuesta a ambas preguntas es muy clara: NO.

Todo el ateísmo está contenido en la anterior respuesta. El ateísmo no es una filosofía; no es ni siquiera una opinión sobre el mundo; es simplemente el rechazo a negar lo evidente. Por desgracia, vivimos en un mundo en el que, por principio, lo evidente se pasa por alto. Lo evidente debe ser observado, vuelto a observar y defendido. Se trata de un trabajo ingrato. Lleva consigo una aureola de petulancia e insensibilidad. Además es un trabajo que el ateo no necesita.

Es preciso señalar que nadie necesita identificarse como un no-astrólogo o un no-alquimista. Por consiguiente, no tenemos ningún nombre para definir a las personas que niegan la validez de estas pseudo-disciplinas. De la misma forma, el ateísmo es un término que ni siquiera debería existir. El ateísmo no es más que la protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de americanos (el 87 % de la población) que afirman no dudar jamás de la existencia de Dios son los que están obligados a presentar pruebas de su existencia y, ciertamente, de su benevolencia, considerando la destrucción implacable de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario en el mundo. Sólo el ateo aprecia lo misteriosa que es nuestra presente situación: la mayor parte de los seres humanos creen en un Dios que, en todos los aspectos, es tan fantástico como los dioses del Olimpo; ninguna persona, independientemente de sus méritos y capacidades, puede acceder a un cargo público en los Estados Unidos si no afirma estar totalmente convencida de que ese Dios existe; y una gran parte de la política pública de nuestro país responde a tabúes religiosos y a supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra circunstancia es abyecta, indefendible y aterradora. Podría incluso resultar graciosa si lo que estuviera en juego no fuera tan importante.

Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, finalmente resultan destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y las esposas se separan en un instante, para no reencontrarse jamás. Los amigos se apartan unos de otros con celeridad, sin saber que no volverán a verse. Esta vida, cuando se inspecciona con un amplio vistazo, presenta poco más que un enorme espectáculo de pérdidas. La mayoría de la gente de este mundo, sin embargo, se imagina que existe una cura para todo lo anterior. Si vivimos correctamente --no necesariamente de manera ética, sino dentro del marco de ciertas creencias antiguas y de comportamientos estereotipados-- conseguiremos todo lo que queramos después de morir. Cuando finalmente nuestros cuerpos nos fallen, tan sólo nos desharemos de nuestro lastre corpóreo para viajar a una tierra donde nos reuniremos con todas las personas a las que amábamos cuando vivíamos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma serán excluidas de ese lugar feliz, y los que hayan suspendido su incredulidad mientras vivían será libres de disfrutar de dicho lugar para toda la eternidad.

Vivimos en un mundo lleno de sorpresas inimaginables --desde la energía de fusión que hace que el sol brille, hasta las consecuencias genéticas y evolutivas de esta danza luminosa sobre la Tierra a lo largo de los eones-- y, a pesar de todo, el Paraíso se conforma a nuestros intereses más superficiales con la misma comodidad que un crucero por el Caribe. Lo anterior resulta extraordinariamente curioso. Si uno no supiera nada del asunto, pensaría que el hombre, en su temor a perder todo aquello que le gusta, había creado el Cielo, con su Dios de portero, a su propia imagen y semejanza.

Consideremos la destrucción que el Huracán Katrina trajo sobre Nueva Orleans. Más de mil personas murieron, decenas de miles perdieron todos sus bienes terrenales, y casi un millón fueron desplazadas. Es casi seguro que prácticamente toda persona que vivía en Nueva Orleans en el momento de la tragedia del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué hacía Dios mientras un huracán arrasaba su ciudad? Seguramente oyó los rezos de los ancianos y las mujeres que huían de la crecida de las aguas buscando la seguridad de sus azoteas, sólo para ahogarse lentamente en éstas. Eran personas de fe. Eran hombres y mujeres buenos que habían rezado durante toda su vida. Sólo el ateo tiene el coraje de admitir lo evidente: esta pobre gente murió hablando con un amigo imaginario.

Desde luego, hubo claros signos de que una tormenta de dimensiones bíblicas golpearía a Nueva Orleans, y la respuesta humana al consiguiente desastre fue trágicamente inepta. Pero fue inepta sólo a la luz de la ciencia. Los signos del avance del Katrina fueron extraídos de la Naturaleza muda a través de cálculos meteorológicos y de imágenes vía satélite. Dios no habló a nadie de sus proyectos. Si los residentes de Nueva Orleans se hubieran contentado con confiar en la caridad del Señor, no se hubieran enterado de que un huracán asesino se abatía sobre ellos hasta sentir en sus caras las primeras ráfagas de viento. Sin embargo, una encuesta realizada por el Washington Post reveló que el 80 % de los sobrevivientes del Katrina afirmaban que el acontecimiento había reforzado su fe en Dios.

Mientras el Huracán Katrina devoraba Nueva Orleans, casi mil peregrinos chiítas eran pisoteados hasta morir en un puente de Irak. No hay duda de que estos peregrinos creían vigorosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas en torno al hecho indiscutible de su existencia; sus mujeres caminaban veladas delante de él; sus hombres se mataban entre sí con regularidad por interpretaciones rivales de su palabra. Sería notable que un solo superviviente de esta tragedia perdiera su fe. Es más probable que los supervivientes se imaginen que ellos fueron salvados por la gracia de Dios.

Sólo el ateo reconoce el narcisismo y el autoengaño ilimitados de quien se cree "salvado por Dios". Sólo el ateo comprende lo moralmente rechazable que es el hecho de que los supervivientes de una catástrofe se crean salvados por el amor de Dios, mientras este mismo Dios ha ahogado a niños en sus cunas. Puesto que el ateo se niega a disfrazar la realidad del sufrimiento del mundo con una empalagosa fantasía de vida eterna, el ateo siente en sus carnes lo preciosa que es la vida ---y qué terrible desgracia es realmente que millones de seres humanos sufran el más terrible menoscabo de su felicidad por ninguna razón en absoluto.

Es inevitable preguntarse cuán enorme y gratuita debe ser una catástrofe para que sacuda la fe del mundo. El Holocausto nazi no lo hizo. Tampoco el genocidio de Ruanda, aunque hubiera sacerdotes armados con machetes entre los autores. Quinientos millones de personas murieron de viruela en el siglo XX, muchos de ellos niños. Los caminos de Dios son ciertamente inescrutables. Parece que cualquier hecho, no importa lo desgraciado que sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En los asuntos de la fe, hemos perdido cualquier tipo de contacto con la realidad.

Desde luego, las personas de fe afirman regularmente que Dios no es responsable del sufrimiento humano. ¿Pero de qué otro modo podemos entender la afirmación de que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay ningún otro modo de entender el asunto, y es hora de que los seres humanos cuerdos lo asuman. Se trata del problema histórico de la teodicea, que deberíamos considerar ya resuelto. Si Dios existe, no puede hacer nada para detener las más terribles calamidades o no se preocupa por hacerlo. Dios, por lo tanto, es impotente o malvado. Los lectores piadosos realizarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples normas humanas de moralidad. Pero, desde luego, las normas humanas de moralidad son precisamente las que los fieles emplean en primer lugar para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupe por algo tan trivial como el matrimonio gay, o el nombre por el que los fieles se dirigen a él durante el rezo, no es tan inescrutable como parece. Si existiera, el Dios de Abrahám sería bastante despreciable: no sólo sería indigno de la inmensidad de la creación, sino que sería indigno hasta del propio ser humano.

Hay otra posibilidad, desde luego, y es a la vez la más razonable y la menos odiosa: el Dios bíblico es una ficción. Como ha observado Richard Dawkins, todos somos ateos en lo que concierne a Zeus y Thor. Sólo el ateo ha comprendido que el dios bíblico no es en absoluto diferente de Zeus o de Thor. Por consiguiente, sólo el ateo es lo bastante compasivo para considerar la profundidad del sufrimiento humano en toda su abrumadora realidad. Es terrible que muramos y perdamos todo lo que nos gusta; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran innecesariamente mientras viven. Que gran parte de este sufrimiento pueda ser atribuido directamente a la religión --a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas y las luchas religiosas por recursos escasos-- es lo que hace del ateísmo una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, sin embargo, que sitúa al ateo en los márgenes de la sociedad. El ateo, sólo por mantenerse en contacto con la realidad, aparece vergonzosamente alejado de la vida de fantasía propia de sus vecinos.

La Naturaleza de la Creencia

Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día durante los próximos 50 años. Otro 22 % cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte en base al dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión "negativa" o "sumamente negativa" de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean "firmemente religiosos". La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos --en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de este calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, es ahora un problema para el mundo entero.

Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada "moderación religiosa" todavía disfruta de un gran prestigio en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los "moderados". Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia "da sentido a sus vidas".

Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es ciertamente razonable, considerando ciertas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las más afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela --no la de Dios-- cuando los cuerpos hinchados de los muertos son arrojados por el mar. Durante días, cuando miles de niños son arrancados al mismo tiempo de los brazos de sus madres y ahogados en el mar, la teología liberal debe revelarse como lo que es --el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que es la cumbre de la sabiduría moral.

Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre quiere creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que ese diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia según líneas pragmáticas: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ninguno aún descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: "Esta creencia da sentido a mi vida", o "Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos", o "Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador". Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que esto. Son las respuestas de un loco o de un idiota.

Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascal, el salto de fe de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de la misma, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre el modo en que es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden esto; los moderados --casi por definición-- no lo entienden en absoluto.

La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona tiene buenas razones para creer firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma sentencia. Sólo cuando las pruebas a favor de una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o existe una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la "fe". Dicho de otro modo, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, "el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento", "yo vi la cara de Jesús en una ventana", "rezamos, y el cáncer de nuestra hija comezó a remitir"). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo que ha sido dividido por creencias religiosas mutuamente incompatibles, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de historia y la inmortalidad del alma, esta división perezosa de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.

La Fe y la Sociedad Buena

La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones --ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable aun en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras que el odio a los judíos en Alemania se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)

Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Está de más decir que un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo --del que toda religión participa en un grado extremo. No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.

Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha logrado. Cualquier relato sobre un supuesto "gen religioso", que haga que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento de que la religión sea de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 23005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per capita, desarrollo educativo, igualdad sexual, tasa de homicidios y mortalidad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortalidad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a las normas europeas. Desde luego, los datos correlacionales de esta clase no resuelven las cuestiones de causalidad --la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.

Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de la prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de la aguja.

La Religión como Fuente de Violencia

Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos --sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano-- de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas --cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.-- y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.

En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo rechaza negar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por interéses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Que se lo pregunten a los irlandeses.)

A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano es siempre reducible a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros mecánicos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan instruida que sea capaz de construir una bomba nuclear, y así y todo creer que conseguirá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.

¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?

* Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre el modo en que es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles --que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes-- crea una base duradera para el conflicto.

* No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar más bien mal a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner sus almas en peligro para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.

* La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso en la que la gente se protege sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmemente sostenidas. Y así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y --demasiado a menudo-- para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo tienen una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable --de modo que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos-- puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a estar de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.

El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, esos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, ello sólo será posible si prescindimos de todos los dogmas de fe.

Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está --en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna-- es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia".

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13/3/07

Periodismo político


La semana pasada tuve la oportunidad de conversar con alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Santiago acerca del periodismo político, una práctica profesional cada vez más desprestigiada pero de la que depende no sólo la credibilidad de los medios sino la fortaleza del sistema democrático. Allí repasamos algunos de los elementos que condicionan, aquí y ahora, el ejercicio profesional.


He aquí una breve lista de los que me parecen más significativos:

1. La dependencia económica de la mayoría de las cabeceras y de una buena parte de los medios audivisuales. Las empresas periodísticas abrazaron el poder político para sobrevivir a la crisis tecnológica y de audiencias de los primeros años ochenta y ya nunca pudieron (o quisieron) distanciarse de las prácticas serviles que les garantizaban los beneficios. Los sucesivos gobiernos de Manuel Fraga perfeccionaron y estabilizaron ese modelo hasta la náusea y el bipartito del PSdeG y el BNG, infiel a sus promesas, lo hizo suyo sin que esa situación cause el más mínimo rubor a sus dirigentes, siempre dispuestos a hablar de la regeneración democrática cuando tienen ocasión.

2. Los compromisos empresariales, sobre todo locales, de la mayoría de los propietarios de los medios. Es esta una cuestión de la que raramente se habla y a la que en muy contadas ocasiones se presta atención en virtud de un singular pacto de silencio entre medios que a menudo tiene consecuencias sobre la información. Son excepción las ocasiones en las que los unos no tapan las vergüenzas de los otros precisamente allí donde la cercanía de la información es más sensible.

3. El vértigo de la diferencia. Los periodistas, al menos lo que hace información política en Galicia, tienden a buscar en el criterio de sus colegas un antídoto con el que frenar la inseguridad que les falta a la hora de elegir un titular o un enfoque para una información en concreto. De ese tanteo entre compañeros, sutil pero no siempre inocente, nace a menudo un consenso insano para el periodismo pero reconfortante y cómodo para los informadores. Una anécdota de 1913, citada por Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Los elementos del periodismo (2003), resulta bien ilustrativa de esta práctica:
El primer defensor del lector del 'News of the World' [el diario fundado por Pulitzer] advirtió que siempre que el periódico informaba de un naufragio se hacía mención a un misterioso gato que siempre se las apañaba para sobrevivir. Cuando el defensor del lector inquirió al reportero acerca de esta curiosa coincidencia, éste le dijo: "Uno de esos barcos llevaba un gato, en efecto, y la tripulación regresó al barco para salvarlo. Yo convertí la historia del gato en uno de los elementos fundamentales de mi artículo. Otros periodistas, sin embargo, ni siquiera mencionaron el detalle y recibieron por ello una reprimenda de sus jefes. Así que cuando se produjo el siguiente naufragio, y pese a que en el barco no había gato alguno, esos periodistas, no queriendo arriesgarse, decidieron introducir un gato en la noticia. Yo, por mi parte, no mencioné a gato alguno, puesto que no lo había, pero a causa de ello recibí a mi vez otra reprimenda. Ahora, cada vez que un barco naufraga, procuramos meter a un gato dentro".

4. La tentación de las fuentes. Hacer fuentes implica relacionarse para conseguir información y eso es una tarea a veces ingrata y siempre larga, porque hay que ganarse la confianza de personas que no siempre están dispuestas a entregarla.
En este caso el peligro consiste en tomar el atajo de entregarse a la fuentes comprándoles información a cambio de un suministro más o menos constante de noticias exclusivas, aunque éstas sean interesadas. Esta tentación es el contrapunto de la anterior. En este caso, el riesgo consiste en destacar historias sólo por que son propias, no porque sean interesantes.

5. El miedo al vacío, que lleva a una muy habitual decisión de recurrir a la inventiva. A menudo, los periodistas dedicados a la información política, atrapados en las rutinas de la agenda, tratan de transformar los hechos para justificar su trabajo. Si alguien pasa ocho horas en un pleno parlamentario en el que no pasa interesante, no se siente a gusto si llega a la redacción y no tiene nada que ofrecer. Si dedica tres horas a cubrir una insulsa ruedas de prensa de la Xunta, se siente en la obligación de preguntar y repreguntar sobre cualquier cosa (por remota relación que tenga con el objeto de la convocatoria) con tal de forzar los hechos y las declaraciones para construir una noticia. Quienes así actúan están más preocupados por justificar su trabajo que por servir a los lectores.

6. El periodismo de declaraciones. Poco que decir a este respecto. Con frecuencia las palabras huecas y el mero intercambio de calificativos son los únicos materiales con los que cuentan los periodistas que cubren información política. Y no siempre los medios ayudan a mantenerla a raya.

7. El peso de la agenda. Los agentes políticos tienen a su disposición un ejército cada vez más grande de personas dedicadas única y exclusivamente a llenar la agenda del periodismo con el fin de condicionar los mensajes que los medios están en condiciones de manejar. Si se mantiene ocupados a los periodistas difícilmente tendrán tiempo para buscar información propia. Los políticos hace años que aprendieron la lección y hoy muchos medios se ahogan diariamente en esta estrategia, convencidos de que su obligación es darlo todo antes que darlo bien. A lo mejor deberían darse cuenta de que su papel no tiene que ver con la exhaustividad superficial y sí con la profundidad de lo verdaderamente esencial. Aunque eso, naturalmente, está lejos de forma parte de la cultura de los medios informativos en esta parte del mundo.


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6/3/07

Choque de civilizaciones


Avaaz.org propone una movilización contra el enfrentamiento global y, en particular, por una iniciativa de paz en Oriente Próximo. Lo hace a través de una petición y de un vídeo en el que pone como ejemplo de la capacidad de respuesta de la gente la reacción espontánea después del 11-M contra el intento del Gobierno de engañar a los ciudadanos. A los peones negros no les va a gustar...

(Imagen tomada de cagle.msnbc.com)


La campaña que Avaaz.org nos propone se basa en que "el choque de civilizaciones no es cuestión de cultura, es cuestión de política. El 11 de Septiembre, Guantánamo, Irak, Irán. La mayoría de la gente alrededor del mundo no cree que un enfrentamiento entre el Islam y el Occidente sea inevitable. Juntos podemos decir ‘no’ al choque de civilizaciones. ¿Por donde empezar? El conflicto entre Israelíes y Palestinos es un símbolo internacional de la brecha entre el Islam y el Occidente. ¡No podemos perder más tiempo! Los mandatarios internacionales deben actuar ahora para reanudar las negociaciones de paz. Mira nuestro vídeo y firma la petición. En Marzo, cuando los mandatarios se reúnan de nuevo, les haremos llegar el mensaje de un modo que no podrán ignorar".


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En defensa de Steven Klein


Steven Klein (1962) es uno de esos fotógrafos capaces de concentrar las miradas. Sus imágenes ni son inocentes ni lo pretenden. Su forma de hacer es teatral y sus motivos provocadores (algo que el mundo de la moda ha sabido ver como nadie), pero es un creador de primer orden cuyo talento no discute nadie capaz de observar el mundo con un mínimo de honrada curiosidad. Por eso sorprende tanto que los bienpensantes y los políticamente correctos se hayan dado cita a la hora de lincharle. Se diría que la buena sociedad que condenó a los impresionistas está de vuelta. Y les gustaría quemar incluso a Rubens, no vaya a ser que los sátiros se conviertan en un estímulo para los violadores.


Todo el problema ha sido una fotografía que forma parte de la serie que Klein ha realizado para la última campaña publicitaria de Dolce & Gabbana. Alguien ha querido ver en ella violencia contra las mujeres sin detenerse siquiera a observar los detalles ("Son imágenes que exploran la delgada frontera entre la moralidad y la i
nmoralidad, dos dimensiones paralelas que coexisten y que dividen el mundo", en palabras de los diseñadores que encargaron el trabajo y que no ocultan su decepción con la polémica montada en España).
Los nuevos guardianes de la moralidad tampoco se han parado a contemplar el resto de las imágenes; de otro modo conocerían el gusto de su autor por la narración visual. La fotografía de la polémica ilustra la entrada de este post. Si han visto en ella apología de las agresiones sexistas, me pregunto qué verán en esta otra...


Si tienes ganas de observar por ti mismo, visita la web del fotógrafo aquí.

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Barullo político


"Nadie me engañó, nunca me hice demasiadas ilusiones con Astano. La prueba es que no hemos perdido un minuto en ese barullo político y hemos dedicado el 100% de nuestro tiempo a nuestros proyectos. Al igual que hicimos con Barreras, nunca compraríamos Astano sin un amplio consenso de la SEPI, la Xunta, la UE y los sindicatos; sin restricciones ni enfrentamientos. Si la SEPI no vende es porque no puede. Pero, insisto, no nos sentimos engañados, ni decepcionados ni utilizados, ni por el conselleiro de Industria ni por el presidente de la Xunta".

José Francisco González Viñas
Presidente de Hijos de J. Barreras


Nada mejor que la magnífica entrevista que Manuel V. Sola publicó el domingo en El País para aclarar el lío de Navantia.

De las palabras de González Viñas, cabe extraer varias conclusiones:
1) Nunca hubo un "plan Barreras". Todo lo más, un "plan Fernando Blanco".
2) Barreras lleva ocho años buscando un astillero. Si al final compra en Asia no tiene nada que ver con este Gobierno, ni siquiera con el acuerdo de 2004 que cerró las puertas de Navantia a la construcción naval civil.
3) La SEPI no vende porque no puede. No porque no quiera.
4) La situación de Astano en consecuencia directa de la voluntad de todos los agentes sociales de aplicar reglas viejas a problemas nuevos. Mantener el astillero en el sector público no sólo no garantiza su futuro sino que, probablemente, va a convertirse en la causa de su desaparición.
Cuando el PP o algunos medios interesados en la venta de humo saquen el tema de Navantia, conviene recordarles esta entrevista. Aclara muchas cosas y pone a todo el mundo en su lugar.

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1/3/07

Gregory Colbert


Ashes anb Snow es, probablemente, uno de los proyectos fotográficos más ambiciosos de los últimos años. Su autor, el fotógrafo canadiense Gregory Colbert (Brantford, 1960), ha dedicado diez años a inmortalizar la relación entre los animales y los seres humanos en muy diferentes lugares del mundo. Sus imágenes recogen la trascendencia de ese vínculo sin necesidad de utilizar retoques digitales: lo que se ve es lo que estaba delante del objetivo de la cámara en el momento de pulsar el disparador. De visita obligada para quien tenga ocasión de verla en persona, aunque a partir del 11 de marzo será impresicindible desplazarse a Tokyo, donde la muestra permanecerá hasta el próximo mes de junio.


Gregory Colbert comenzó a trabar con imágenes en París como documentalista. La realización de películas le llevó a su trabajo como fotógrafo artístico, y la primera exposición pública de su obra tuvo lugar en el Musée de l’Elysée de Suiza.

Su trabajo para la composición de Ashes and Snow le llevó a la India, Birmania, Sri Lanka, Egipto, Dominica, Etiopía, Kenia, Tonga, Namibia y la Antártida y todavía no ha terminado. La exposición se inauguró en 2002 en Venecia y desde entonces ha pasado por Nueva York y Santa Mónica (California). Durante este tiempo más de un millón de personas han podido contemplar con sus propios ojos un centenar largo de obras de arte fotográficas en gran formato, una película de una hora y dos películas haiku de nueve minutos. Ninguna de las imágenes se ha manipulado de forma digital para aparecer en collage o superpuestas. Registran lo que el artista vio a través del objetivo de su cámara.

Los trabajos fotográficos de soporte mezclado combinan los tonos ámbar y sepia sobre papel japonés hecho a mano. Las obras de arte, de aproximadamente un metro y medio por dos y medio, se edxponen sin ningún texto explicativo, fomentando una interacción abierta de los espectadores con las imágenes.
La página web de Ashes and Snow es magnífica. Y aquí podéis ver un breve vídeo con algunas imágenes.




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El circo del 'Ostedijk'


La accidentada travesía del Ostedijk ha venido a poner de relieve varias cosas. A saber:

1) Los políticos siguen improvisando en materia de comunicación
2) Los periódicos (y muchos periodistas) no tienen sentido de la perspectiva
3) La ausencia de un puerto refugio garantiza la repetición, más pronto o más tarde, de una nueva catástrofe marítima que sumar a la larga lista de despropósitos de la que el Prestige es, por el momento, la máxima expresión (y en la que, por cierto, sería una broma incluir el carguero noruego cargado de fertimón de diseño).

Nuestros políticos siguen sin saber que no basta con hacer las cosas bien, hay que transmitir que se hacen bien. Mover un barco a lo largo de la costa en busca de aguas tranquilas y vientos favorables puede ser, no lo dudo, la decisión correcta desde el punto de vista técnico, pero si no se explica adecuadamente es inevitable que se perciba como consecuencia de la falta de criterio de quienes toman las decisiones. Los que mandan. Aquellos a los que pagamos por asumir responsabilidades.
Tampoco entienden que la mejor manera de perder credibilidad es transmitir mensajes que se mueven en el estrecho e inquietante espacio que media entra lo contradictorio y lo incompatible. Si se sostiene, al mismo tiempo, que un gas es tóxico y no lo es, lo lógico es que la gente acabe por pensar que no se tiene ni idea de lo que se está hablando o, lo que puede que no sea peor pero sí mucho más reprobable, que alguien está tratando de engañar a los ciudadanos. Un único mensaje oficial, sin contradicciones y actualizado en todo momento sigue siendo, desde los tiempos del éxodo de Egipto, la mejor vacuna contra la desinformación.
Claro que, si a los errores cometidos por los políticos sumamos la histeria interesada de los medios (y muchos periodistas), el problema se agrava considerablemente. Periódicos, radios y televisiones desempolvaron la artillería informativa del Prestige, y ni siquiera la constatación de que el Ostedijk era al petrolero griego lo que un mosquito a un elefante impidió que mantuvieran intactos sus planteamientos informativos a la espera, casi se diría que con un mal disimulado deseo, de que el carguero noruego acabase haciendo honor a la dimensión informativa que, honradamente, nunca tuvo. A ser posible con rasgos de tragedia mediomabiental.
Como quiera que los medios no están frecuentemente dispuestos a corregirse, optaron hasta el final por el sostenella-y-no-enmendalla, no fuese a ser que un redimensionamiento de la noticia acabase por ponerles en evidencia ante los ojos de lectores, oyentes o espectadores. Lo cierto es que nadie está dispuesto a someterse al juicio negativo de la audiencia (especialmente en estos tiempos en los que casi ya ni están de moda los defensores del lector). Si la realidad te va a poner en evidencia, lo mejor es modular los hechos para mantener la atención. Como quien pone una lupa para agrandar la mirada amenazante de la hormiga. Al paso que vamos en el proceso de banalización de lo importante y de posterización de lo que no lo es, no es de extrañar que una inmensa mayoría social se sienta cada vez más a gusto con el Diario de Patricia que con las columnas de los periódicos.
No obstante, dudo mucho que nadie saque lecciones útiles de lo ocurrido. Como si fuésemos lemmings, nos gusta seguir siempre hacia adelante, aunque no quede más alternativa que tirarnos al precipicio.
Políticos y periodistas han/hemos acumulado motivos para el sonrojo, pero eso no es la peor ni la más grave de las conclusiones que forman parte del ya de por sí fértil legado del Ostedijk. Lo más preocupante es que, habida cuenta de que ni Galicia, ni España ni Europa van a poner fin al tráfico constante de mercancías peligrosas por el corredor de Fisterra (las previsiones hablan de un incremento de este incesante trasiego) y que ni siquiera el cambio climático alienta la esperanza de una modificación de las corrientes marinas en la época de los grandes temporales, la única cosa que de verdad hubiese evitado la dimensión de la catátrofe del Prestige, la construcción de un puerto refugio, ya ni forma parte de la agenda pública, porque ni políticos ni periodistas están dispuestos a afrontar la riesgos que conlleva la necesidad de conciliar el bien común y los intereses localistas.
Mientras tanto, la cuenta atrás sigue adelante. Si nos atenemos a las estadísticas, es un hecho que el petrolero que provocará la próxima marea negra en Galicia ya navega por el mundo. Tal vez ha pasado ya cerca de nuestra costa. Casi con seguridad tiene tripulación filipina, bandera de conveniencia y un solo casco. El día que vomite su carga, podemos apostar algo, seguiremos sin estar preparados.

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