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20/4/07

No has visto nada


“Como tú, he deseado tener una memoria inconsolable, una memoria de sombras y piedras. He luchado por mi cuenta, con todas mis fuerzas, contra el horror de ya no entender la necesidad de acordarse. Como tú, he olvidado. ¿Por qué negar la necesidad evidente de la memoria?”

Hiroshima Mon Amour (Alain Resnais, 1959)


—No has visto nada en Hiroshima. Nada.
—Lo he visto todo. Todo. He visto el hospital, estoy segura. El hospital existe en Hiroshima. ¿Cómo podría haber evitado verlo?
—No has visto el hospital en Hiroshima. No has visto nada en Hiroshima.
—Cuatro veces al museo.
—¿Qué museo en Hiroshima?
—Cuatro veces al museo en Hiroshima. He visto pasearse a le gente. La gente se pasea, pensativa, a través de las fotografías, las reconstrucciones. A falta de otra cosa. Las fotografías, las reconstrucciones, a falta de otra cosa. Las explicaciones, a falta de otra cosa. Cuatro veces al museo en Hiroshima. He mirado a la gente, he mirado, incluso yo, pensativa, el hierro, el hierro quemado, el hierro quebrado, el hierro vulnerable, como la carne. He visto cápsulas en ramos. ¿Quién lo habría dicho? Pieles humanas, flotantes, supervivientes, todavía en el frescor del sufrimiento. Piedras, piedras quemadas, piedras reventadas, cabelleras anónimas que las mujeres de Hiroshima recogían enteras por la mañana. He tenido calor, en la Plaza de la Paz. Diez mil grados en la plaza de la Paz. Lo sé. La temperatura del sol en la Plaza de la Paz. ¿Cómo ignorarlo? La hierba... Es muy sencillo...
—No has visto nada en Hiroshima. Nada.
—Las reconstrucciones se han hecho con la mayor seriedad posible.Las películas se han hecho con la la mayor seriedad posible. La ilusión es sencillamente tan perfecta que los turistas lloran. Siempre se puede uno burlar, pero ¿qué puede hacer un turista si no es llorar? Siempre he llorado por el destino de Hiroshima. Siempre.
—No. ¿Por qué habrías llorado?
—He visto las noticias. El segundo día, dice la historia, no me lo he inventado, desde el segundon día especies animales precisas surgieron de las profundidades de la tierra y las cenizas. Hay perros fotografiados... para siempre. Los he visto. He visto las noticias. Las he visto. Del primer día, del segundo día, del tercer día...
—No has visto nada. Nada. —Del décimoquinto día también. Hiroshima se recubrió de flores. Por todas partes acianos y gladiolos y enredaderas y dondiegos de día que renacían de las cenizas con un extraordinario vigor ausente hasta entonces en las flores. No me he inventado nada.
—Lo has inventado todo.
—Nada. Igual que en el amor esta ilusión existe, la ilusión de jamás poder olvidar. He tenido la ilusión ante Hiroshima de que jamás olvidaría. Igual que en el amor. También he visto a los supervivientes y los que estaban en el vientre de las mujeres. He visto la paciencia, la inocencia, la dulzura aparente de los supervivientes provisionales de Hiroshima que se acomodaban a un destino tan injusto que la imaginación, habitualmente tan fecunda, ante ellos se cierra.
Escucha, lo sé. Lo sé todo. Ha continuado.
—Nada. No sabes nada.
—Las mujeres corren el riesgo de tener hijos malformados, monstruos. Pero todo continúa. Los hombres corren el riesgo de ser estériles. Pero todo continúa. La lluvia da miedo, lluvias de cenizas sobre el Pacífico, las aguas del Pacífico matan. Han muerto pescadores del Pacífico. La comida da miedo. Se tira la comida de una ciudad entera. Se entierra la comida de ciudades enteras. Las furia de una ciudad entera. La furia de ciudades enteras. ¿Contra quién la furia de ciudades enteras? La furia de ciudades enteras contra la desigualdad impuesta por algunos pueblos contra otros pueblos, contra la desigualdad impuesta por algunas razas contra otras razas. Contra la desigualdad impuesta por algunas clases, contra otras clases.
Escúchame. Como tú, conozco el olvido.
—No, no conoces el olvido.
—Como tú, estoy dotada de memoria. Conozco el olvido.
—No, No estás dotada de memoria.
—Como tú, yo también he intentado luchar con todas mis fuerzas contra el olvido. Como tú, he olvidado. Como tú, he deseado tener una memoria inconsolable, una memoria de sombras y piedras. He luchado por mi cuenta, con todas mis fuerzas, contra el horror de ya no entender la necesidad de acordarse. Como tú, he olvidado. ¿Por qué negar la necesidad evidente de la memoria?
Escúchame. Todavía sé. Volverá a empezar. 200.000 muertos. 80.000 heridos en nueve segundos. Son cifras oficiales. Volverá e empezar. Habrá 10.000 grados sobre la tierra, 10.000 soles, dirán. El asfalto arderá. Un profundo desorden reinará. Una ciudad entera será destruida y se convertirá en cenizas. Vegetaciones nuevas surgen de la arena. Cuatro estudiantes esperan juntos una muerte fraternal y legendaria.
Los tres brazos del estuario en delta del río Ota se vacían y se llenan a la hora habitual. muy precisamente a las horas habituales, de agua fresca y abundantes peces, gris o azul según la hora y las estaciones. La gente ya no mira por las orillas fangosas la lenta subida de la marea en los siete brazos del estuario en delta del río Ota.
Me encuentro contigo. Me acuerdo de ti. ¿Quién eres? Me matas, me das placer. ¿Cómo saber que esta ciudad estaba hecha para el amor?¿Cómo saber que tu cuerpo estaba hecho para el mío? Me gustas. ¡Qué acontecimento! Me gustas. Qué lentitud, de repente. Qué dulzura. No puedes saber. Me matas. Me das placer. Me matas. Me das placer. Tengo tiempo. Te lo ruego, devórame, defórmame hasta la fealdad. ¿Por qué no tú? ¿Por qué no tú, en esta ciudad y esta noche, tan parecida a las demás como para confundirla? Te lo ruego...

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