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1/3/07

El circo del 'Ostedijk'


La accidentada travesía del Ostedijk ha venido a poner de relieve varias cosas. A saber:

1) Los políticos siguen improvisando en materia de comunicación
2) Los periódicos (y muchos periodistas) no tienen sentido de la perspectiva
3) La ausencia de un puerto refugio garantiza la repetición, más pronto o más tarde, de una nueva catástrofe marítima que sumar a la larga lista de despropósitos de la que el Prestige es, por el momento, la máxima expresión (y en la que, por cierto, sería una broma incluir el carguero noruego cargado de fertimón de diseño).

Nuestros políticos siguen sin saber que no basta con hacer las cosas bien, hay que transmitir que se hacen bien. Mover un barco a lo largo de la costa en busca de aguas tranquilas y vientos favorables puede ser, no lo dudo, la decisión correcta desde el punto de vista técnico, pero si no se explica adecuadamente es inevitable que se perciba como consecuencia de la falta de criterio de quienes toman las decisiones. Los que mandan. Aquellos a los que pagamos por asumir responsabilidades.
Tampoco entienden que la mejor manera de perder credibilidad es transmitir mensajes que se mueven en el estrecho e inquietante espacio que media entra lo contradictorio y lo incompatible. Si se sostiene, al mismo tiempo, que un gas es tóxico y no lo es, lo lógico es que la gente acabe por pensar que no se tiene ni idea de lo que se está hablando o, lo que puede que no sea peor pero sí mucho más reprobable, que alguien está tratando de engañar a los ciudadanos. Un único mensaje oficial, sin contradicciones y actualizado en todo momento sigue siendo, desde los tiempos del éxodo de Egipto, la mejor vacuna contra la desinformación.
Claro que, si a los errores cometidos por los políticos sumamos la histeria interesada de los medios (y muchos periodistas), el problema se agrava considerablemente. Periódicos, radios y televisiones desempolvaron la artillería informativa del Prestige, y ni siquiera la constatación de que el Ostedijk era al petrolero griego lo que un mosquito a un elefante impidió que mantuvieran intactos sus planteamientos informativos a la espera, casi se diría que con un mal disimulado deseo, de que el carguero noruego acabase haciendo honor a la dimensión informativa que, honradamente, nunca tuvo. A ser posible con rasgos de tragedia mediomabiental.
Como quiera que los medios no están frecuentemente dispuestos a corregirse, optaron hasta el final por el sostenella-y-no-enmendalla, no fuese a ser que un redimensionamiento de la noticia acabase por ponerles en evidencia ante los ojos de lectores, oyentes o espectadores. Lo cierto es que nadie está dispuesto a someterse al juicio negativo de la audiencia (especialmente en estos tiempos en los que casi ya ni están de moda los defensores del lector). Si la realidad te va a poner en evidencia, lo mejor es modular los hechos para mantener la atención. Como quien pone una lupa para agrandar la mirada amenazante de la hormiga. Al paso que vamos en el proceso de banalización de lo importante y de posterización de lo que no lo es, no es de extrañar que una inmensa mayoría social se sienta cada vez más a gusto con el Diario de Patricia que con las columnas de los periódicos.
No obstante, dudo mucho que nadie saque lecciones útiles de lo ocurrido. Como si fuésemos lemmings, nos gusta seguir siempre hacia adelante, aunque no quede más alternativa que tirarnos al precipicio.
Políticos y periodistas han/hemos acumulado motivos para el sonrojo, pero eso no es la peor ni la más grave de las conclusiones que forman parte del ya de por sí fértil legado del Ostedijk. Lo más preocupante es que, habida cuenta de que ni Galicia, ni España ni Europa van a poner fin al tráfico constante de mercancías peligrosas por el corredor de Fisterra (las previsiones hablan de un incremento de este incesante trasiego) y que ni siquiera el cambio climático alienta la esperanza de una modificación de las corrientes marinas en la época de los grandes temporales, la única cosa que de verdad hubiese evitado la dimensión de la catátrofe del Prestige, la construcción de un puerto refugio, ya ni forma parte de la agenda pública, porque ni políticos ni periodistas están dispuestos a afrontar la riesgos que conlleva la necesidad de conciliar el bien común y los intereses localistas.
Mientras tanto, la cuenta atrás sigue adelante. Si nos atenemos a las estadísticas, es un hecho que el petrolero que provocará la próxima marea negra en Galicia ya navega por el mundo. Tal vez ha pasado ya cerca de nuestra costa. Casi con seguridad tiene tripulación filipina, bandera de conveniencia y un solo casco. El día que vomite su carga, podemos apostar algo, seguiremos sin estar preparados.

2 comentarios:

Marcos Sanluis dijo...

Es cierto que medios y periodistas debemos hacer autocrítica. Lo que no sabremos nunca es cómo hubiese sido el tratamiento informativo si el gabinete de crisis no hubiese cometido los dos grandes errores de bulto en esta gestión: el primero, la falta de información inicial y los fallos de comunicación posteriores, como no aclarar el lugar en el que se encontraba el barco, cuál era su destino, o dar a entender que el gabinete no tenía plan; el segundo, la decisión inicial de dejar que el barco siga su rumbo, que obligó después al giro de 180º. Si no se hubiesen dado estos elementos, es probable que la cobertura informativa fuese otra.

Fernando Varela dijo...

Es posible que si el gabinete de crisis hubiese aprendido la lección informativa, la reacción de las prensa hubiese sido otra. Seguramente menos crítica. Pero dudo mucho que la desproporcionada atención prestada al suceso hubiese sido diferente. las heridas del 'Prestige' siguen presentes y no sólo afectaron al medio ambiente.