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12/2/07

Algo de sentido común


La decisión del Tribunal Supremo sobre De Juana Chaos viene a poner algo de sentido común allí donde la deriva ultra trataba de salirse con la suya. Lo ha hecho reduciendo de doce a tres años la condena dictada por la Audiencia Nacional después de hallar amenazas y enaltecimiento del terrorismo en dos artículos de opinión publicados por el condenado en el diario Gara. Ambos escritos fueron utilizados en su día sin ninguna clase de disimulo, en medio de una enorme presión política y mediática, para forzar la permanencia del etarra en la cárcel a pesar de que, de acuerdo con la legislación española, debía haber recibido la libertad condicional. ETA ha perdido a su mártir y los ciudadanos, por más que la derecha se rasgue las vestiduras, tenemos por fin un motivo para recuperar la esperanza en el sistema judicial. Aunque sea una esperanza pequeñita.
No es de recibo que alguien se invente delitos para cambiar el Código Penal sin pasar por el Congreso y trate de someter a alguien a una cadena perpetua diseñada específicamente a la medida de un reo en particular, por muy despreciable que éste pueda resultar. Si pasamos por alto el sistema de garantías, por muy insoportable que sea volver a ver a un asesino en la calle, estaremos poniendo en entredicho la fortaleza del sistema político que oponemos a la indecencia moral del terrorismo y, lo que es más grave, habremos entregando en bandeja la democracia a quienes quieren condicionarla para ponerla a su servicio. Que De Juana Chaos pueda obtener los beneficios penitenciarios que en rigor le corresponden será, cuando se produzca, el resultado de un modelo penitenciario concebido para devolver a los presos a la sociedad, no para olvidarse de ellos mientras se pudren en una celda. Si a alguien no le gusta (y es obvio que al conglomerado político-mediático le disgusta profundamente), que trate de cambiarlo. Que se atrevan a defender la cadena perpetua y la pena de muerte. Pero que lo hagan a través del Congreso de los Diputados, no mediante atajos infames que demuestran hasta qué punto su compromiso con un pilar básico de la democracia como la declaración universal de los derechos humanos no pasa de ser un gesto políticamente correcto con el que,a la postre, se sienten incómodos.

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